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El síndrome del impostor

Por Sonia Sampedro

El síndrome del impostor es un fenómeno psicológico que, a pesar de ser, en la sociedad actual, uno de los términos de moda, se acuñó, en 1978, por dos psicólogas que realizaron una serie de estudios con mujeres de éxito que no se sentían merecedoras del mismo. Desde ese momento, se puso nombre a un conjunto de síntomas que afectan a una gran parte de la población, sean del género que sean, e independientemente de su campo profesional, habilidades o competencias.

Es fundamental entender que muchas personas que se sienten impostoras creen que no merecen lo que logran, atribuyen sus éxitos a la ayuda de otros, a la casualidad o a la suerte y, sobre todo, tienen un miedo atroz y constante a que alguien descubra que están en lo cierto y que realmente son un fraude. Esta condición está estrechamente relacionada con la autoduda, la inseguridad y la baja autoestima, conceptos que han formado parte de los tres talleres sucesivos que se han vivido en ANEL durante la tercera semana de mayo.

En este artículo, por tanto, exploraremos cómo estas emociones interconectadas y generadoras de estrés, afectan a los individuos estableciendo, al final, estrategias para poder abordarlas y combatirlas.

La autoduda. Concepto estrella

Como ya hemos visto, el síndrome del impostor, nos lleva a cuestionar, de forma permanente, nuestras habilidades y capacidades dejando de lado nuestro propio talento. Esto genera desconfianza en nosotros e incluso nos paraliza, impidiendo, en muchas ocasiones, que asumamos retos, alcancemos metas más altas o simplemente que seamos incapaces de cumplir con nuestras tareas. La autoduda, por tanto, definida en el segundo taller, se sustenta como una percepción distorsionada de uno mismo. Por ello, si nos consideramos impostores, a pesar de no serlo, hace que nos comparemos con aquellos que vemos como referentes alimentando la creencia de que somos peores que ellos y que no estamos a la altura. Esta comparación constante puede llevar a un ciclo de autocrítica y pérdida de valor, minimizando el éxito y magnificando el error, siendo, este, fuente de inseguridades.

Inseguridad. La fiel compañera

La inseguridad, protagonista del tercer taller junto con la autoestima, es una emoción que está estrechamente ligada a este síndrome. Puede manifestarse como un temor constante al fracaso que hace que no avancemos y permanezcamos en nuestra zona de confort para evitar esa posibilidad, que nos creemos, de ser descubiertos como personas incompetentes.

Además de afectar directamente a esa forma de cuestionar nuestras habilidades y competencias, influye también en las relaciones y sobre todo, en la que cada uno tenemos con nuestro propio yo. ¿Qué nos decimos cuando dudamos? ¿Somos compasivos con nosotros mismos? ¿Cómo nos tratamos?

Autoestima.  Yo y mi estrés

La baja autoestima se percibe, en este caso, como una de las raíces más profundas del síndrome del impostor. En este punto, cada crítica externa se interioriza y magnifica, mientras que los elogios y reconocimientos se descartan como inmerecidos. Esta disonancia que se aprecia entre cómo nos vemos y cómo nos ven los demás, fomentan el miedo a ser descubierto.

Cuando la autoestima es baja, implica una percepción negativa sobre nosotros, incrementando nuestra autocrítica destructiva y generalizando un sensación de presión constante que ocasiona, entre otras cosas, que vivamos con estrés.

El estrés, en este caso, el distrés, que se define como “estrés malo”, es un factor que puede intensificar de forma significativa el síndrome del impostor y sus componentes relacionados: la autoduda, la inseguridad y la baja autoestima. Este fenómeno no solo afecta a la salud mental y emocional, sino que también tiene repercusiones físicas que pueden aumentar la percepción de insuficiencia y falsedad.

La espiral del Síndrome del Impostor

El síndrome del impostor crea, por tanto, un bucle difícil de romper. La autoduda alimenta la inseguridad, que a su vez refuerza la baja autoestima. Este ciclo nutre la sensación de ser un fraude y puede llevar a comportamientos que nos acaban pasando factura, como la procrastinación, el perfeccionismo extremo o la autonegación constante. Esto repercute claramente en el liderazgo y en las relaciones con los demás y sobre todo en el vínculo, como ya hemos comentado, con nosotros mismos.

A veces nos exponemos, luchamos contra la autoduda para superarlo, y aumentamos nuestra carga, nos lanzamos a retos y lejos de creer en nosotros, alimentamos nuestra percepción de ser impostores generando de nuevo un nudo en el estómago que nos hace no fiarnos, no querernos, no confiar…

Por este motivo, manejar el estrés es algo fundamental para romper el ciclo del síndrome del impostor y sus componentes asociados.

Afortunadamente existen estrategias que pasan, en primer lugar, por reconocer y aceptar que estamos ante la frase de  “me considero un impostor” o “me considero una impostora”. Además, es necesario reevaluar las creencias personales y transformar los pensamientos negativos (“no lo voy a lograr”) en positivos (“puedo hacerlo”). Debemos ser capaces de pensar que errar es de sabios y que los logros, por pequeños que parezcan, bien merecen nuestra alegría y nuestro reconocimiento.

Asimismo, debemos ser realistas, necesitamos querernos y tenemos que practicar la autocompasión, la autoconciencia y vivir, el mayor tiempo posible, en el “aquí y el ahora”. Dedicar nuestra fuerza a todo aquello que podemos controlar y dejar de lado lo que no está en nuestras manos.

Estos tres días nos han ayudado a poner nombre a lo que muchos sentimos, y sobre todo, a ver que es posible transformar nuestro pensamiento, hablarnos con cariño y creer en nosotros. Hemos invertido este tiempo en crear nuestro propio scrapbook de reflexiones y se ha establecido una relación de confianza donde las experiencias de cada uno han sido una realidad que hemos sentido, disfrutado e interiorizado todos.

Como dijo Maya Angelou : “Olvidarán lo que dices, olvidarán lo que haces, pero nunca olvidarán lo que les haces sentir”. Estos talleres se han centrado en eso, en sentir y además, en dedicarnos un poco de tiempo extra, que buena falta nos hace, para cambiar el observador.

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